El camino hacia el "Hambre Cero" pasa por París
Cuando los líderes mundiales se reúnan este fin de semana en la sede de las Naciones Unidas, aprobarán el ambicioso objetivo de acabar con la pobreza extrema y el hambre para el año 2030. En un mundo asolado por las crisis, las tragedias y la injusticia, es una extraña señal de esperanza. Pero, ¿puede hacerse realidad?
No será fácil. Aunque la proporción de personas que padecen hambre en el mundo está disminuyendo (de aproximadamente un 19% de la población mundial a principios de los noventa al 11% actual), los avances distan mucho de este objetivo. En África, el número de personas que aún sufre hambre va en aumento: de los cerca de 180 millones de personas a comienzos de los noventa a los casi 230 millones actuales, según las últimas estimaciones.
Pero se puede conseguir. Desde Oxfam hemos trabajado durante décadas en crisis alimentarias en todo el mundo y, durante ese tiempo, hemos visto a algunos países hacer grandes avances en su lucha para erradicar el hambre. Bajo el liderazgo del ex presidente Lula, en una década, Brasil redujo a la mitad el número de personas que padecían hambre. En el este y sudeste asiático, casi 400 millones de personas han dejado de sufrir hambre desde el comienzo de los años noventa. En Ghana, el porcentaje de la población que padece hambre se ha reducido de cerca del 50% a principios de los noventa a menos de un 5%, actualmente.
Para seguir cosechando éxitos en esta lucha, debemos arreglar nuestro sistema alimentario. Tan sólo un puñado de empresas concentran en sus manos demasiado poder: juntas controlan la mayor parte del cultivo de semillas, del comercio de cereales y de la producción de los alimentos que se venden en las estanterías de nuestros supermercados. Mientras, los productores y productoras a pequeña escala concentran un ínfimo poder: los casi 1.500 millones de agricultores, ganaderos y pescadores que, juntos, son responsables de la producción de la mayor parte de los alimentos que se consumen en el mundo constituyen, también, la mayoría de las personas que aún padece hambre.
A menudo ven negados sus derechos sobre la tierra, y son las mujeres quienes sufren la peor discriminación de todas: carecen de acceso a los servicios de apoyo e investigación, las infraestructuras y las redes de seguridad de las que las grandes empresas agroalimentarias sí pueden depender. Asimismo, podemos afirmar con total certeza que cuando tienen acceso a mercados en los que vender sus productos (principalmente en las cadenas de suministro de las grandes marcas internacionales), no perciben ingresos suficientes para vivir y prosperar.
Y, además de todo esto, se enfrentan a la amenaza añadida del cambio climático. A pesar de apenas haber contribuido a provocarlo, son los agricultores y agriculturas más pobres quienes sufren las peores consecuencias de este fenómeno, causado principalmente por las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por las personas y los países más ricos del mundo. El incremento de las sequías y las inundaciones, unas estaciones cada vez más impredecibles y el aumento del nivel de mar ya están dificultando todavía más la producción de alimentos en las comunidades más pobres de todo el mundo. La comunidad científica prevé un futuro con una aterradora disminución en la producción agrícola, trastornos en la actividad pesquera y nuevas plagas y enfermedades que complicarán aún más la producción de alimentos.
Además, los cada vez más frecuentes fenómenos meteorológicos extremos están provocando alteraciones en las principales regiones productoras de cereales. Los terribles efectos en los precios de los alimentos de la gran sequía que afectó a Rusia y el medio oeste de los Estados Unidos hace escasos años son tan solo un ejemplo de lo que está por venir conforme el cambio climático se acelera. Con el aumento repentino de los precios de los alimentos, son las personas que viven sumidas en la pobreza (tanto en áreas urbanas como rurales) quienes se ven en riesgo de no poder comprar alimentos básicos para su familia.
Por este motivo, la primera prueba real a la que se enfrentarán nuestros líderes en su lucha contra el hambre será alcanzar un acuerdo en las negociaciones sobre cambio climático de las Naciones Unidas que tendrán lugar en París este próximo diciembre. Para poder recuperar el terreno perdido, se debe comprometer una cantidad significativa de fondos para ayudar a las comunidades y los países más pobres a enfrentarse al cambio climático. Necesitan apoyo para poder poner en marcha sistemas de riego, seguros, el cultivo de semillas más resistentes, redes de seguridad social más sólidas y mucho más. Que consigan fondos suficientes determinará en gran medida si será posible o no conseguir el objetivo de "Hambre Cero" para 2030.
Pero para que los progresos sean sostenibles, el acuerdo de París debe incluir una reducción significativa de las emisiones de gases de efecto invernadero lo suficientemente rápida para evitar los peores efectos del calentamiento global. Millones de comunidades no serán capaces de adaptarse a sus efectos una vez se haya superado un determinado umbral de aumento de la temperatura global. En algunas islas del Pacífico, como Vanuatu, o determinadas regiones costeras de países como Bangladesh, ya casi se ha superado dicho umbral.
Oxfam está convencida de que el hambre no es y no tiene por qué ser inevitable. Acogemos positivamente que nuestros líderes fijen un nuevo objetivo para erradicarlo para el año 2030, pero el trabajo de verdad empieza ahora. Hasta el año 2030, les presionaremos en todos los ámbitos y de todas las formas posibles hasta que lo consigan. Los próximos pasos hacia este objetivo deben darse en París y debemos exigirles que así lo hagan.
Photo: Campos de arroz inundados en la provincia de Aceh, Sumatra, Indonesia . Foto: Jim Holmes/Oxfam, Noviembre de 2014
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